La denominada lucha contra el narcotráfico fracasó, y eso lo sabe todo el mundo, incluyendo los líderes mundiales que la promueven. Fracasó porque los gastos económicos y humanos que se han puesto al servicio de esa actividad han superado cualquier cota de racionalidad mientras el problema crece y se desborda.
Eso no significa que debamos olvidarnos del narcotráfico, pero definitivamente sí nos debemos olvidar de la pésima solución impuesta por los Estados Unidos, que no ha sido otra que el enfoque punitivo.
El mantenimiento de la guerra bélica contra ese fenómeno no tiene otro objetivo más importante que el de la propaganda política, pues en las épocas que llamamos de paz es bastante difícil mantener vigentes los discursos autoritarios que dependen del miedo a un enemigo.
En Colombia, desde que se desmovilizaron los paramilitares y las guerrillas, es visible el modo en que se ha acudido al discurso de la lucha contra el narcotráfico como si fuera el propósito nacional indispensable para lograr el salto a la prosperidad sin ser más que una lucha hipócrita en la que se persigue a campesinos y a uno que otro reconocido capo de la mafia, mientras que los empresarios y políticos beneficiarios del narcotráfico viven campantes por estar detrás de ese poderoso discurso.
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