Es posible que personas, incluso parejas y hasta grupos de personas decidan libremente disfrutar su sexualidad por medios virtuales más o menos públicos y que hasta decidan recibir alguna contraprestación por ello, sin que se estén sometiendo a humillaciones, pero con base en esas particulares excepciones no podría justificarse que la sociedad tolere la existencia de condiciones que determinan a otras personas a hacer eso mismo pero en contra de sus deseos, por pura necesidad económica y en contextos de deshumanización basados en el género.
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