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Foto del escritorMauricio Urquijo

Zapateiro a sus Zapatos

Al General Eduardo Zapateiro le quedaron grandes las botas. Esa idea de que los militares tienen que ser los más rudos bravucones para impresionar a las tropas es un asunto de película porque lo que verdaderamente impresiona a un país de sus militares no es que sean muy rudos, sino que sean muy inteligentes, y eso es lo que no es el comandante de nuestro Ejército.


No hay que ser un experto en asuntos castrenses para saber que el respeto y la autoridad militar no dependen del tono desafiante, ni de la cacería de peleas en los micrófonos. A los militares se les respeta cuando obtienen resultados estratégicos en donde no se tengan que lamentar sacrificios innecesarios. Se les respeta cuando cumplen sus funciones con apego a las reglas de juego de la democracia, que no son otras que las que los civiles les hemos fijado en la Constitución y en la Ley, y, a Zapateiro, le quedaron grandes ambas cosas.


Le quedó grande la obtención de resultados operativos decentes porque la masacre estatal en El Putumayo resultó siendo una confesa política militar en la que al propio comandante del Ejército le parece normal que con fusiles del Estado se mate a mujeres embarazadas y a niños en operativos. Un Ejército de verdad glorioso es aquél que no tiene como política el sacrificio de los ciudadanos que jura defender, o, que, por lo menos, reconoce sus errores cuando los comete en vez de justificarlos apelando a la más oprobiosa criminalización de sus víctimas.


También le quedó grande a Zapateiro el respeto básico por las reglas de juego de la democracia, pues al salir a enfrentarse con un candidato presidencial abiertamente crítico de la descomposición de las fuerzas armadas oficiales, no hace otra cosa que participar descaradamente en política electoral por la sencilla razón de que sus declaraciones en redes sociales fueron mucho más allá de lo que la Constitución Política les permite a los que portan las armas y los uniformes oficiales.


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